41 años de la Guerra de Malvinas | Memoria, Verdad, Justicia, Soberanía y Paz
Por Jerónimo Guerrero Iraola
41 años de la Guerra de Malvinas. Un hecho ominoso. Una acción ilegítima que nos alejó del archipiélago y generó un severo condicionamiento a los posteriores abordajes geoestratégicos. Pensar Malvinas como un episodio más de la dictadura cívico militar nos debe invitar a realizar lecturas asincrónicas.
Rodolfo Walsh, en su Carta Abierta, caracterizó con precisión quirúrgica una dimensión sobre la que poco se repara. Las Fuerzas Armadas llevaron adelante un plan sistemático de extermino de personas. Ello ha quedado de manifiesto en la sentencia del Juicio a las Juntas (causa 13/84). No obstante, desplegaron otro plan sistemático: el de entrega de la soberanía. Walsh, con toda la potencia de su escritura situada, la de alguien que eligió y sostuvo el violento oficio de escribir, de dar testimonio involucrando nada menos que su vida, pone el énfasis en esta dimensión.
En la política económica de este gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”, denuncia. No podemos abordar la guerra de Malvinas por fuera de esos marcos analíticos. Los artífices de las acciones bélicas fueron formados en la doctrina de la seguridad nacional. Su objetivo era la eliminación física y simbólica de lo que regionalmente se había definido como el/la enemigo/a interno/a. Ello queda de manifiesto de la lectura del Informe Rattenbach, desclasificado en 2012, que define a la guerra de Malvinas como una “aventura militar”. También, la impericia en materia de defensa y planificación se lee en “Malvinas. La trama secreta”, libro de Cardoso, Kirschbaum y Van Der Kooy.
En dicho sentido, es imprescindible puntualizar que las Fuerzas Armadas torturaron a los soldados conscriptos combatientes de Malvinas. Lo hicieron con crudeza. Por medio de estaqueamientos, obligándolos a sumergirse en agua helada desnudos, a través de la aplicación de picana con teléfonos de campaña, enterrándolos hasta el cuello, golpeándolos y/o hambreándolos. Bajo esa matriz habían sido formadas. La eliminación a la que he hecho referencia era la única forma de “terminar” con las resistencias al plan económico de exterminio, miseria planificada y venta de la soberanía que la pata cívica del Estado terrorista implementaba desde la trastienda.
Por ello podemos afirmar que la dictadura nos alejó de Malvinas. De la cultura de integración estratégica de mediados del siglo XX, del “alegato Ruda” de 1964 y la Resolución 2065 de 1965, pieza de altísimo valor en materia de diplomacia, o del regionalismo que metaforiza la frase del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas La Plata (CECIM), “volveremos a Malvinas de la mano de América Latina”. Pensar Malvinas como una metáfora que, en clave latinoamericana y de colonial comienza, al menos, en 1833, implica comprender al archipiélago como la puerta de entrada a un desarrollo integral, que contemple la Argentina oceánica y bicontinental.
Mientras siga reinando la impunidad para los torturadores de los soldados, o el 2 de abril sigamos dando lugar a la épica militar, o espacio a quienes luego, además, atentaron contra el orden democrático como ex carapintadas, será imposible saldar las cuentas pendientes. Desde una cosmovisión de Paz, debemos ejercer el mandato irrenunciable que contempla la cláusula transitoria primera de la Constitución Nacional y, en simultáneo, exigir al Juzgado Federal de Río Grande que imprima celeridad al trámite de la causa en la que se investigan las torturas cometidas por miembros de las Fuerzas Armadas a los soldados conscriptos durante la guerra, y que ya cuenta con militares procesados.
La dictadura también fue Malvinas. A 41 años debemos seguir denunciando. Hasta que haya Verdad y Justicia. Para que reine la Memoria. Para construir Soberanía y Paz.