Interés General

Enorme tristeza por el fallecimiento de Alba Lanzillotto

A los 94 años, murió Alba Lanzillotto, histórica integrante de Abuelas de Plaza de Mayo, la primera tía que formó parte de la Comisión Directiva. Militante y solidaria, Alba tuvo un papel protagónico en nuestra institución.

Nació en 1928 en La Rioja, en el seno de una familia numerosa de educadores, y siguió sus pasos: se recibió de profesora de Letras y dedicó su vida a la enseñanza y la lucha. Casada con el profesor de Historia del Arte y poeta José Humberto Pereyra, su casa era centro de reunión de docentes e intelectuales.

Tenía 19 años cuando nacieron sus hermanas, las mellizas María Cristina, “la Tina”, y Ana María, “la Ani”. Por la diferencia de edad, Alba mantenía una relación maternal con ellas. Cuando terminaron la secundaria, Tina y Ani se fueron a estudiar a Tucumán, donde empezaron a militar en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y se casaron con Carlos “Cacho” Santillán y Domingo “el Gringo” Menna respectivamente. Ani tuvo dos hijos, Ramiro y un bebé que falleció, y Tina otros dos, María y Jorge.

El 24 de marzo de 1976, el día del golpe, Alba fue detenida. Permaneció alojada en la cárcel de La Rioja, durmiendo sobre un colchón mojado, hasta el 15 de abril. En octubre, se trasladó con su familia en Montevideo y un año después continuaron su exilio en Madrid.

El 17 de noviembre de 1976, Tina y Cacho fueron secuestrados en Pergamino, provincia de Buenos Aires. Sus hijos, María y Jorge, pudieron ser recuperados y crecieron junto con sus abuelos paternos en La Banda, Santiago del Estero.

Cinco meses antes, el 19 de julio, habían sido secuestrados Ani y el Gringo Menna junto con el dirigente del PRT Mario “Robi” Santucho, su compañera Liliana Delfino y otros miembros de la organización. Ramiro, el hijo de Ani y el Gringo, fue rescatado y criado por otra hermana de Alba en la localidad bonaerense de Carmen de Patagones. Pero Ani, que fue vista en los centros clandestinos de Campo de Mayo y El Vesubio, estaba embarazada de ocho meses al momento de su secuestro, y pasaron decenas de años hasta que a su hijo, finalmente, se le restituyó la identidad.

En agosto de 1984, Alba y su familia volvieron del exilio. Alba repartió su tiempo entre la docencia y la búsqueda de su sobrino nacido en cautiverio. Al año siguiente, se sumó a Abuelas donde a fuerza de trabajo y amor se convirtió en Secretaria de la institución.

Por su formación, le dio un fuerte impulso el vínculo de Abuelas con el ámbito educativo. “Los chicos, en los mensajes que nos mandan, en los poemas que nos escriben, son los que más nos comprenden a nosotras y a los desaparecidos, mientras que los adultos tienen sus telarañas que les impiden ver las cosas con claridad”, decía Alba.

Transcurrió mucho tiempo y Alba seguía sin encontrar a su sobrino, pero ella era feliz –y lo demostraba– cuando aparecían otros nietos y nietas. “Cuando se encuentra a un nieto es como si recuperásemos el propio. Es la alegría de que ellos hayan recuperado su derecho a la identidad, el derecho de sus padres, aunque no estén, de que sus hijos sepan quiénes y cómo fueron”, repetía.

Finalmente, tanta búsqueda dio sus frutos. El 3 de octubre de 2016, el Banco Nacional de Datos Genéticos informó la identificación de su sobrino, Maximiliano Menna Lanzillotto, quien de inmediato quiso conocer a Alba y toda su familia. “¡Tanto espere este abrazo! ¡Qué lindo tenerte en casa!”, fue lo primero que le dijo a Maxi, antes de fundirse en ese abrazo postergado y reparador.

Creyente, admiradora del obispo Angelelli, cuando se referían a los desaparecidos como subversivos, respondía: “Cristo era subversivo porque ser subversivo es querer que cambien las cosas que están mal. No es un pecado, es una virtud”.

«Te vamos a extrañar Alba. Queda el amor que sembraste con tu profunda vocación de maestra luchadora. ¡Hasta la victoria, siempre!», la despidieron desde la fundación.