Flor Freijó: “Debemos volver a hacer un llamado a la unidad y a las estrategias colectivas”

Por Gabriela Chamorro – Las brujas que salem

En una revista como ésta parece ser innecesario explicar quién es Flor Freijó es escritora, activista feminista, autora de “Solas, aún acompañadas” (2019), “Mal Educadas” por editorial Planeta (2021) y  “Decididas” (2022). Desde las redes, desde sus investigaciones, sus artículos, sus charlas rompe el silencio en temas que nos afectan a todas y se atreve a transitar esos espacios con la incomodidad que generan e incluso con la violencia a la que se suele someter a aquellas que cuestionan, demandan, interpelan, debaten y disputan espacios de poder. 

En la tercer edición del Woman Economic Forum, que lidera en argentina Lina Anllo, llevada a cabo el último 9 de octubre fue la encargada de cerrar una jornada donde más de 90 expositoras distribuidas en 24 paneles reflexionaron, informaron y compartieron experiencias sobre temáticas de desigualdad de género.

La siguiente es la ponencia de ese día sobre “Diálogos urgentes para el cambio cultural”

¿DÓNDE ESTAMOS PARADAS?

Asistimos tal vez al momento de la Historia con mayores oportunidades para no apagar la enorme convicción que las mujeres tenemos respecto a la soberanía de nuestras vidas. En todo el mundo, la revolución tecnológica democratizó la llegada de micrófonos para que las voces que históricamente tenían que quedarse silenciadas, hoy tengan un lugar.

Pero lamentablemente, hay una verdad que duele: hoy aunque seamos muchas, no somos lo masivo. Pujamos, pero por cada una de nosotras, hay tres personas que no nos creen competentes. No lo digo yo, lo dicen los números, ya que en todos los puestos de poder y de decisión, no llegamos a representar más del 25% dependiendo el área de estudio.

El avance de la tecnología no ha sido solo en materia de comunicación, por suerte los nuevos escáneres cerebrales y el refinamiento en metodologías de estudio por parte de la neurociencia, ha dejado a la luz que no existen cerebros rosas ni celestes, y por supuesto que la genitalidad, o una parte de nuestra biología, no definen ni nuestra identidad, ni nuestras elecciones, y menos que menos, nuestras capacidades. Esto es tan reciente que los estudios más abarcativos son luego del año 2000, pero tenemos algo muy en claro: La educación dada por la interacción con nuestro entorno, y la educación formal, sí son una máquina de generar cerebros sólo en dos colores.

Entonces si queremos pensar el cambio, tenemos que primero reconocer nuestros sesgos cognitivos persistentes. Algo que tenemos hombres y mujeres, pero que hoy me toca dirigirme mayoritariamente a nosotras para decir, con la incomodidad que pueda presentar: Nosotras también somos sexistas, no alcanza con llamarse feminista, lamentablemente nosotras también reproducimos miradas en la otra que la deslegitiman constantemente ¿por qué ella está ahí, y yo no?

TECHOS NO TAN INVISIBLES

En lo personal el concepto de los techos invisibles me genera controversia y trato de desterrarlo. Este concepto muy pragmático que nos permite visualizar una enorme desventaja, tiene un inconveniente: esgrime una especie de mano invisible, que en lo personal creo no es más que un eufemismo que disipa la responsabilidad enormemente visible de las personas y los gobiernos, para que esa desigualdad siga existiendo.

No hay un techo invisible, hay verdaderas cadenas que nos anclan a los llamados pisos pegajosos, que radican en mecanismos coercitivos, de silenciamiento, de falta de reconocimiento, de negación, y de no escucha, que nos pone siempre en el lugar de “las que pueden esperar”. Pero además habla de avances, de mujeres “que van conquistando”, como si fuera nuestra responsabilidad, como si el hecho de que no hayamos llegado ahí cinco siglos antes, haya sido una especie de ordenamiento “normal”, una división social y sexual que se dio “naturalmente”, y por natural me refiero a aquellas ideas de una biología que nos pone en las cavernas a esperar. Las mujeres estuvimos siempre, que no hayamos sido relatadas es otra historia.

Si seguimos hablando de algo pseudomágico que explique por qué las mujeres no pueden llegar a esas posiciones, perdemos la enorme oportunidad de hablar de las barreras concretas, objetivas y subjetivas que hace que las mujeres no seamos elegidas. Porque al final del día se trata de eso: de las personas –hombres y mujeres-lamentablemente, que creen que nunca, no importan los créditos que tengamos, seamos elegidas para esa posición. A esto se lo conoce como el efecto John y Jennifer, y deriva de un experimento celebrado durante el año 2012 en la universidad de Yale para elegir un ayudante de laboratorio. Se le presentó a las y los docentes, una solicitud cuya única diferencia residía en el nombre del solicitante, es decir en el género. Para sorpresa de nadie, no solo fue elegido John, sino que también se la asignó un salario más alto. Me pregunto cuantas Jennifers hay hoy acá… Las y los docentes, blandían por supuesto no ser sexistas bajo ningún aspecto. Y es que ser sexista no tiene que ver solo con dar el golpe, sino con las microconductas que tenemos todas y todos y que ponen a las mujeres en esa situación de desventaja.

EL PESO DE LA CARGA MENTAL

Estamos acostumbradas a la definición de “Carga Mental” como la enorme carga de tareas que las mujeres tienen en sus cabezas, ya sea para dirigir o delegar respecto a las tareas de cuidado. No obstante ese concepto pierde peso cuando no logra mostrar todo lo que hay detrás.

Las mujeres desde niñas tenemos una carga mental enorme que hemos naturalizado, que es la superviviencia,  el sobrevivir ¿A qué? A los abusos físicos, verbales y los simbólicos relacionados a nuestra reputación. Las niñas nacen subversivas frente a la mirada de miedo de sus familias. Miedo a que “les pase algo cuando crezcan”, un miedo que jamás se traslada al hijo varón “miedo a que mi hijo varón violente a una mujer”.  La ONU es contundente, 1 de cada 3 mujeres está expuesta a situaciones de violencia de género, en el 90% de los casos dentro de los círculos de confianza. Es hora de que hablemos de la familia, como la institución por antonomasia que regula el comportamiento social de las mujeres, pero sobre todo, que lo controla.

Aún hoy es muy persistente la idea de que los varones constituirán honor para la familia, pero las niñas podemos hacerla caer en desgracia. La idea de deshonor está presente en todo el mundo, tal es así, que aún hoy se casa a niñas violadas con sus agresores. Esto último sigue siendo la idea persistente de que si nos violan, algo habremos hecho, si nos violentan de cualquier manera lo habremos provocado. Si los sucesos nos parecen lejanos, las cifras son contundentes. 1 de cada 5 niñas en el mundo, contraen matrimonio. 12 millones de niñas por año (Uruguay). En América Latina tenemos un total de 58 millones de niñas casadas. Una de cada cuatro niñas y adolescentes en la región contrajo matrimonio o mantuvo una unión temprana antes de cumplir 18 años, según la CEPAL.

Disculpénme si no soy tan optimista con los escenarios a futuro, pues a nadie parece escandalizarles estas cifras.

DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE CUIDADOS

La precariedad económica, exacerbada por las crisis humanitarias, los conflictos bélicos y el cambio climático, echan rápidamente por borda todos los avances conquistados. La influencia de estos factores como variables dependientes de la emancipación de las mujeres, es apabullante cuando vemos los números ¿Por qué? Porque ponen en jaque el principal sistema que sostiene la vida, los sistemas de cuidados. Y acá retomo el concepto de Carga Mental: Las mujeres, algunas, facturamos, pero también lloramos, de cansancio, y porque nuestra salud mental se ve enormemente afectada. La salud mental puede cuantificarse, la carga mental no es invisible, tiene un impacto en nuestra salud, mental, psíquica y física. Todos los días escucho los relatos de mujeres postergadas.  A la carga mental de nuestra supervivencia simbólica, se suma por supuesto la enorme carrera por mantenernos jóvenes hasta la eternidad. Creíamos que habíamos conquistado la emancipación de nuestros cuerpos, pero la dependencia a la mirada ajena sigue más presente que las agendas feministas. Los trastornos de la conducta alimenticia crecen exponencialmente en niñas cada vez más jóvenes, y tienen su principal fuente en las redes sociales ¿Qué está pasando que el mensaje parece no llegar tanto como creemos?

Además a nuestra carga mental, le sumamos ahora, cambiar el mundo, cambiar las relaciones de poder, e incluso combatir la crisis climática, de hecho 8 de cada 10 voluntarios en el mundo son mujeres ¿Por qué? ¿Por qué somos más buenas? No, porque nos educaron para seguir cuidando, o limpiando la basura de los otros. Desde nuestros mismos hogares y sistemas de cuidado, tratamos de reciclar y criar a nuestros hijos en la empatía de los entornos, mientras las grandes empresas, los envenenan y matan de cáncer. Quiero hacer mención especial aquí a las madres que luchan en toda América Latina, por los pueblos fumigados y envenenados, un problema que en nuestro país se ha profundizado enormemente y que deja al descubierto algo que tenemos que tener muy en claro: No hay igualdad si no ponemos como prioritario el sistema de cuidados, y no hay sistema de cuidados prioritario, si no ponemos en jaque el sistema productivo tal como lo conocemos al día de hoy. La pregunta que nos debe interpelar ¿Cómo queremos cambiar al mundo? ¿Qué clase de mujeres líderes queremos ser? ¿Incorporándonos como mujeres a las mismas lógicas que nos están llevando a la destrucción constante de la preservación de la vida? ¿O incorporándonos para construir otros universos simbólicos de significantes que cuestionen las lógicas de poder, concentradas en manos de quiénes no priorizan sencillamente la vida, y menos por supuesto, el sistema de cuidados?

Para mí, en lo personal, la ternura no es un concepto romántico, y mucho menos femenino. El amor, no es una emoción inexplicable. Para mí, la ternura y el amor son las variables desde donde se deben sustentar las condiciones de todos nuestros vínculos políticos. Las variables de reconocimiento del otro, y sobre todo de su respeto.  Gobernar con amor, no es ser ni débil ni amorosa ante las injusticias, por el contrario es ser indeclinable y radical ante la menor falta de respeto al derecho a la vida. Que se hayan planteado ambos conceptos como algo dicotómico respecto a la razón o a la política, no es más que la matriz filosófica desde donde se asientan nuestras desigualdades.

MEDIOS DE COMUNICACIÓN

¿Qué está pasando que las redes sociales, siguen inundadas de roles tradicionales en los que las mujeres tenemos que hacer carrera, y no de voces que realmente desentramen el sexismo?

Tengo tres respuestas concatenadas para eso: Las que lo hacemos somos pocas, cuando lo hacemos somos castigadas, y cuando somos castigadas no tenemos el suficiente apoyo. Estas tres respuestas, son persistentes a lo largo de la historia. Todas las mujeres que lograban sobresalir a lo que se esperaba de ellas, fueron silenciadas, y otras, muchas veces por miedo, retiraron sus apoyos.

Hace dos años se realizó un informe denominado la “Violencia política por razones de género: hallazgos de la investigación en la Legislatura de CABA 2021”, elaborado por Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), de allí diversas entrevistas a 44 legisladoras, arrojaron que el 77% había sufrido violencia política por razones de género, donde en el 94% de los casos fueron varones.

La violencia mediática, no es otra cosa que la violencia política. Es el escenario, la arena, desde donde se busca silenciar a las mujeres que buscan posicionarse allí. Tal vez en un escenario apocalíptico del futuro alguien va a decir “es que las mujeres en el 2023 aún no habían avanzado tanto, todavía les faltaba”, imaginando una narrativa construida por un mundo que está dando una dura respuesta hacia nosotras, imaginando que tal vez volvamos a ser silenciadas y borradas nuestras conquistas de un plumazo.

HABLEMOS DE LA TRANSFERENCIA DE DINERO

Nuestros avances no iban a devenir en un reconocimiento masivo, cuasi como un regalo por las luchas de tantos años, sino que una vez más llega con el enorme costo que radica en las negociaciones continuas entre las tensiones de lo que se nos sigue exigiendo como mujer. La respuesta parece simple, para que se liberen esas tensiones hay que requilibrar la balanza, pero del otro lado, parece no oírnos.

Por ignorancia, por miedo, o por odio, las mujeres seguimos en todo el mundo con la enorme deuda de ser reconocidas nada más y nada menos que como la mitad de la humanidad.

A veces, confieso, me siento un poco injusta cuando hablo de que “las mujeres hemos avanzado enormemente a través de la historia” ¿Avanzado? ¿No estábamos? ¿Era algo que dependía de nosotras? Supongo que es la simpleza de una frase que busca dilucidar el cómo hemos ocupado puestos no tradicionales. Pero esto sigue haciéndome ruido, y la razón es clara: Seguimos midiendo los hechos históricos desde la perspectiva de una historia que creemos universal y no es otra que la Historia de los hombres. 

En la actualidad, vemos con normalidad, ya como algo del orden de lo esperado, cuando se habla mal de las feministas, incluso de la revolución de las mujeres, pero cuando nosotras osamos hablar del comportamiento violento enquistado en la masculinidad, que no puede dejar de erotizarse con mujeres que responden a distintas posiciones de servicio, somos las aguafiestas. Así nos llaman ahora, y nos llamaron siempre a quiénes decidimos dejar de sonreír para regular esas tensiones.

Pero en esta disputa de sentidos, hay algo más grande que se está dando que la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, y es la transferencia de dinero. La ruptura en la concentración tradicional de ese dinero en manos de varones, para que ahora seamos las mujeres quienes lo administramos, y lo gestionamos, a la par de nuestras vidas. Ojalá fuera tan sencillo, según la CEPAL, 7 de cada 10 pobres en el mundo, son mujeres. No hace falta que diga quiénes concentran la riqueza, basta con ver las tapas de revista Forbes, o sus listas sobre los millonarios del año. Cuestionar la concentración de la riqueza, tiene una enorme perspectiva en la cuestión de género: la falsa idea de que queremos ganar dinero para comprarnos carteritas, obvia que somos las que en más del 95% de los casos cuidamos a nuestros hijos frente a un hogar donde hubo un divorcio. Ni hablar los hogares monomarentales. El 90% de las mujeres que reciben, en el mejor de los casos una cuota alimentaria, esgrime que es insuficiente, y además también cuidamos a nuestras madres y padres, o familiares en situación de enfermedad. Parece que al final del día no nos estamos comprando ropita en el shopping, sino que, según los números, estamos poniendo el plato arriba de la mesa.

Para hablar de transferencia de dinero y concentración, no hace falta irse a las grandes teorías económicas, sino que debemos analizar nuestro consumo. Debemos politizar como mujeres nuestro consumo, y apoyar enormemente todo aquello producido por mujeres. Y acá me dirán ¿Por qué? ¿Qué lo haga una mujer, significa que es mejor? Déjenme mirar con una sospecha apabullante que cuando hay música, programas, eventos, libros, negocios, empresas, producidos por mujeres, estas solo tienen, en menor cuantía, el apoyo de otras mujeres. Pero son las cosas “producidas por minas”, no obstante cuando veo todo lo que un varón produce, veo que los consumen hombres y mujeres, y muchas veces, sobre todo mujeres. La razón por la que nos desbocamos ante lo producido por un hombre, no me llama la atención, tiene que ver con el comportamiento sesgado de lo que aún, nuestro inconsciente, cree que es una voz de expertise, de autoridad. Empecemos nosotras mismas a darle ese lugar a las mujeres, pero sobre todo, a cuestionar el por qué los varones no eligen escucharnos.

Y miren si nos costará escuchar a las mujeres, que hay un paper famosísimo denominado “Can an Angry Woman Get Ahead?” que logró concluir que los hombres que se enojan son vistos cómo figuras de autoridad y con un mejor desempeño para puestos más calificados. En ese sentido encontró que la “Ira” era bien valorada e interpretada como una emoción del orden del prestigio para ellos, pero que las mujeres enojadas son percibidas como incompetentes y muy emocionales como para tener posiciones de poder en el lugar de trabajo. Por otro lado, encontró que cuando los participantes del estudio tenían que explicar porqué una mujer estaba sintiendo enojo en el ámbito laboral, las personas asociaban esto a características personales de la mujer -sin tener otras referencias sobre ella ni conocerla- esgrimían opiniones dentro del arco de pensamiento que define desde un desequilibrio, hasta que era mala. Las explicaciones eran todas basadas en su personalidad y no en el contexto. En ese sentido a los varones se los justificaba mucho más. Algo que además ocurre fuera del ámbito laboral, como cuando por ejemplo se atribuye reacciones violentas de ellos a un mal día personal, o a algo externo que “lo puso así”.

El estudio también encontró que las mujeres que promueven sus habilidades hablan de sus logros y experiencia profesional, son percibidas como menos simpáticas y aptas que las mujeres que no las promueven. Al mismo tiempo, las mujeres como grupo son vistas como cálidas, pero relativamente indiferentes. Los participantes además reflejaron que para que una mujer profesional alcance y mantenga un alto estatus social, pueden tener que comportarse “sin emociones” para que sean vistas como racionales.

Se suele decir que hombres y mujeres que llegan a tener una voz de liderazgo tienen características distintivas asociadas a su sexo. Aquí nuevamente los sesgos y estereotipos hacen su parte. Especialistas definen el liderazgo femenino como más democrático, conciliador y armónico, algo que claramente se espera del carácter de las buenas mujeres. Pero el problema radica en que el hecho de que las mujeres seamos así para liderar, no está asociado a capacidades innatas o biológicas, sino a que si lo hiciéramos de forma autoritaria, cómo vimos, seríamos condenadas por eso y perderíamos legitimidad.

¿QUÉ VAMOS A HACER CON EL MUNDO QUE SE VIENE?

No es momento para afirmaciones endebles, hoy más que nunca debemos volver a hacer un llamado a la unidad, a las estrategias colectivas. Este contexto, no solo el de Argentina, sino lo que está pasando en todo el mundo, nos debe llamar la atención sobre las cosas que tenemos en común por encima de las diferencias. Cuando los discursos de odio toman perspectivas desde el horror, justificando ataques violentos, no es momento para disputas de egos. El mundo no cambió tanto como creemos, antes se pensaba que las mujeres teníamos una condición de subordinación cuasi por mandato divino, hoy se usan las redes sociales para dar tips de por qué tenemos esa condición de subordinación por mandato biológico. Miles de TikToc, con millones de reproducciones, que están educando a nuestros hijos e hijas en una cultura que adormece su capacidad crítica, y que todo lo que incluya el razonamiento profundo genera pereza. Cuando más necesitábamos que las mujeres cuestionen sus condiciones simbólicas y materiales, el mundo del entretenimiento más se sofisticó para adormercerlo todo. Y ustedes me dirán ¿Por qué tan pesimista? Y yo respondo ¿Cuántas de ustedes volvieron a sentir el miedo de decirse feministas? ¿Cuántas de nosotras observamos lo habilitado que está el discurso para hostigar nuestros argumentos porque “somos demasiado feministas”?

No es momento de ser suaves con las conquistas logradas, no es momento de volver a responder con el miedo de la consecuencia que tienen las tensiones que estamos viviendo.

Es momento de responder con organización, con autodeterminación, con el apoyo a las compañeras que desde su lugar hacen lo mejor que pueden para seguir constituyendo agenda.

Es momento de volver a organizar acciones estratégicas para dar batalla en lo discursivo.

Es el momento de seguir cuestionando en manos de quiénes está el poder económico, porque cuidar y criar empobrece, porqué en todo el mundo las empresas de mujeres son menos financiadas, pero sobre todo, es hora de buscar los nombres de los y las responsables en los que aún persisten las arcaicas ideas de que hay un rol reservado para nosotras. 

Es hora sobre todo deconstruir una economía feminista, no como un área de la economía externa, sino efectivamente cuestionando la matriz de todo lo que conocemos como aparato productivo.

Es hora de que las mujeres hablemos de dinero, de economía y de finanzas es hora de que abandonemos esa idea que nos dicen en la infancia de que no somos buenas para las matemáticas, y menos para los negocios y menos para los negocios entre nosotras

Es hora de que cuestionemos la matriz económica no solo en el afán de incorporarnos, sino en la convicción de transformarla, cuestionando el ordenamiento simbólico y político de las decisiones económicas para así ser las líderes del mundo por el que luchamos

Recordemos que por cada una de nosotras abriendo puertas la llama de nuestra antorcha de la libertad se mantiene encendida.