Interés General

Abuelas despidió a Delia

Desde Abuelas de Plaza de Mayo expresaron la más profunda tristeza por la partida de otra compañera, una de las fundadoras de nuestra Asociación, Delia Cecilia Giovanola.

Nacida en 1926 en la ciudad de La Plata, maestra de profesión, en 1946 se casó con Jorge Narciso Ogando, su novio de siempre, con quien al año siguiente tuvieron a su hijo, Jorge Oscar Ogando. “Fue el hijo deseado, querido, compañero y amigo”, dijo alguna vez.

En 1963 Delia enviudó y para sumar un ingreso a su hogar comenzó a estudiar bibliotecología. Tras graduarse, en 1968 se casó Pablo Califano y se mudó a Villa Ballester, partido de San Martín. Allí empezó a ejercer de bibliotecaria, a la par que ascendía a vicedirectora y luego a directora de escuela.

Por entonces, su hijo –que trabajaba en el Banco Provincia– se casó con Stella Maris Montesano, quien de niña había sido alumna particular de Delia y en 1971 se recibió de abogada. En junio de 1973 la pareja tuvo a su primera hija, Virginia. Ambos militaban en el PRT-ERP.

En la madrugada del 16 de octubre de 1976, durante la última dictadura, la pareja fue secuestrada en su casa de La Plata, Stella Maris embarazada de ocho meses, y la pequeña Virginia quedó en su cuna. Avisada Delia, fue a buscarla y se hizo cargo de ella, mientras buscaba desesperadamente a Jorge y Stella Maris.

Tiempo más tarde, por testimonios de sobrevivientes, pudo saberse que la pareja permaneció en el centro clandestino de detención “Pozo de Banfield”, donde Stella Maris dio a luz un niño el 5 de diciembre de 1976. El parto, “asistido” por médico genocida Jorge Antonio Bergés, fue en la cocina del lugar, ella esposada, los ojos vendados y arriba de una chapa. Dos días después fue despojada de su bebé, que fue vendido a un matrimonio, y llevada al “Pozo de Quilmes”.

En octubre de 1977, Delia formó parte del grupo fundador de Abuelas de Plaza de Mayo. Ese año se jubiló para dedicarse a la crianza de Virginia y a la búsqueda de “los chicos”, como les decía ella, que nunca pensó que sería de por vida.

“Cada vez que veía un chiquito lo seguía con la vista pensando ‘¿será mi nieto?’. Era muy dura la búsqueda”, recordó Delia en el testimonio que brindó hace poco más de un año en el juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús.

Ingeniosa y ocurrente, su foto con la inscripción “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también” recorrió el mundo. El retrato se lo hizo un periodista extranjero, un jueves de ronda, en pleno conflicto bélico.  “La ciudad de Buenos Aires estaba empapelada con calcomanías que decían ‘Las Malvinas son argentinas’ y ‘Los argentinos somos derechos y humanos’. Fue tanta la indignación de ver la ciudad así y que nadie hablara de las Madres y Abuelas que estábamos ahí hacía seis años dando la vuelta a la Plaza, que llegué a mi casa y en un cartón escribí, con bronca: ‘Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también’”, contó Delia.

Cuando Virginia cumplió 18 años, comenzó a buscar con su abuela. “Cuando empezó a trabajar en el Banco Provincia, para ocupar el puesto de su padre, Jorge figuraba como ‘cesante por abandono de cargo’ –evocó Delia–. Muy pronto, la entidad cambió el legajo de cesante a desaparición forzada y asumió como propia la búsqueda de Martín”. En 2011, lamentablemente, Virginia entró en una depresión de la que no pudo salir y se quitó la vida. Tenía 38 años.

Debieron pasar cuatro años más para que Delia pudiera encontrar a su nieto. Fue el 5 de noviembre de 2015. El primer contacto con él, que vive en el exterior, fue por teléfono: “¡Te encontré!”, le dijo Delia, y del otro lado, tras un silencio, Martín comenzó a hacerle preguntas, la empezó a llamar “abuela” y desde ese día mantuvieron una relación de abuela y nieto como si se conocieran de siempre.

Llena de vitalidad y de entusiasmo hasta el último suspiro, graciosa, irónica, espontánea, de convicciones firmes, vecina ilustre de San Martín, Delia repetía: “La vida me dio y me sacó, me castigó pero fui feliz”.

A esta institución, Delia le dio todo. Todavía no caemos en la cuenta de que ya no está, pero el vacío que se siente es enorme. Se ha ido una mujer luchadora, militante de la memoria, la verdad, la justicia y la alegría. ¡Hasta siempre, querida Delia!