Sobre amor propio y toda la sarasa

Por Agustina Andrade | Ilustración Agustina Fimiani

Ya todxs sabemos y conocemos que con la cuarentena, por obvias razones, la virtualidad se presenta como un campo de sociabilidad por el que nos movemos constantemente y del que es prácticamente imposible escapar. Se convirtió en la nueva realidad por la que gira toda nuestra cotidianeidad. Y con esto me refiero, no solamente a las herramientas que tuvimos que explorar en situación de pandemia como el homeoffice y la educación virtual, ni meramente el uso intensificado de las redes sociales, sino también a algo más complejo que nos constituye como seres sociales en situación de aislamiento y del que internet tomó un rol fundamental, que tiene que ver con la construcción de nuestra imagen, lo que queremos mostrar de nosotrxs al mundo, y con nuestros vínculos con lxs demás.

No hace falta ahondar en cómo la virtualidad nos acerca a las personas y achica todo tipo de distancia y temporalidad. Pero sí en cómo nos para ante el mundo y qué nos muestra de él. Constantemente las redes nos bombardean de información que muchas veces lo único que logran es una sobreinformación de la cual mucha es falsa o no está chequeada – el fenómeno que conocemos como infodemia, y de imágenes que nos muestran un mundo perfecto muy diferente a la realidad, o al mundo en que vivimos “las personas reales”. Es decir, de quienes no somos una figura pública expuesta y en la mira de mucha gente que nos toma de ejemplo todo el tiempo.

Rutinas de gimnasia en casa, cremas faciales de veinte tipos distintos, limpiezas de cutis que no sabíamos que necesitábamos, tutoriales de maquillaje, y más y más y más. Ni hablar que casi nunca vienen de parte de nutricionistas, dermatólogxs o profesorxs de educación física, es decir personas calificadas para hablar y aconsejar sobre esos temas.

Pero todos esos tips de belleza no maquillan solamente a una cara bonita: con el rubor del amor propio enmascaran un positivismo tóxico que nos pone metas inalcanzables y nos convierte en culpables de no cumplir los parámetros de belleza hegemónica que nos instalan. Ese mundo que nos muestran es perfecto y carece de preocupaciones reales, nos convocan a ser parte de una felicidad sintética que debe ser constante y que depende de vos.

Famosas e influencers mostrando paso a paso sus rutinas de cuidado para ser tan hermosas como ellas. “Yo uso este maquillaje, consumo estas comidas saludables, y hago estos ejercicios diarios. Si vos no sos tan hermosa o no te amás como yo… es tu culpa. No te esforzaste lo suficiente.” Haciendo una homogenización de los cuerpos como si todxs fueramos iguales, y a todxs nos hicieran bien las mismas rutinas y los mismos productos. Y fundamentalmente, como si todxs tuviéramos que tener los mismos cuerpos para pertenecer a una parte del mundo que es más feliz y exitoso. Así, estos discursos le quitan el peso a los mandatos patriarcales y capitalistas para atribuírselos a cada individualidad. La escritora Tamara Tenenbaum en su libro “El fin del amor” nombra este fenómeno como el negacionismo y sobre él expresa: “Si sufrís por no encajar y pensás que tenés que hacerlo, es culpa tuya y tenés que resolverlo vos. El problema sos vos, no el mundo. Y si no encajás y te parece que eso implica que te marginen laboral, social, afectiva y hasta políticamente, ¿por qué no te ponés las pilas? (…) cuídate, querete.”. Estas personas permanentemente nos hablan de cómo fue su proceso de aceptación propia y cómo lograron amarse a sí mismas, casi como si fuera un camino hacia la espiritualidad. Pero pocas veces nos preguntamos por qué todas esas mujeres que nos hablan de su amor propio responden a esos cánones siendo extremadamente flacas y teniendo todas más o menos los mismos rasgos faciales nórdicos. ¿Por qué cuando una persona que no cumple esas características publica una foto mostrando su cuerpo se le celebra su “amor propio” y cuando lo hace una persona flaca a nadie le parece valiente, como si ese fuera su deber? ¿Por qué hay que armarse de coraje para mostrarse si no pesás diez kilos menos de lo que deberías, o tu cutis no es tan suave como una seda? ¿Por qué esos cuerpos molestan en internet? De esta forma opera el negacionismo en nosotras: de una u otra manera, la culpa de que no te quieras es tuya, no del sistema.

Constantemente tenemos al alcance de nuestra mano imágenes de otras mujeres de cualquier parte del mundo que de una u otra forma nos invitan a compararnos con ellas. Ya no son solamente las modelos de algunas marcas o las actrices de las películas. Son personas que captan una determinada cantidad de seguidorxs que las escuchan y reproducen sus mensajes, que sueñan ser como ellas, porque además de lindas se muestran exitosas y felices, entonces su belleza no es en vano.

La escritora estadounidense Naomi Wolf en su libro “El mito de la belleza” habla de cómo la belleza se ha transformado en una religión que nos dice cómo y qué ser. La iglesia siempre nos habló de la culpa como los errores que cometemos, los pecados que nos tentaron. El patriarcado, escondido en la belleza, nos habla de las culpas que debemos sentir por no cumplir esos mandatos: comer carbohidratos, no ir al gimnasio, no hacer el skincare routine, etc. Lo que antes era misericordia, hoy es “salud y bienestar con una misma.”

En una época donde el feminismo ha adquirido visibilidad en diversos espacios y ha fortalecido su discurso público, hablar peyorativamente del cuerpo de otra mujer ya no es aceptado dentro del colectivo. Pero con estos discursos del amor propio y siendo feminista, ¿por qué no te aceptás? “Es tu culpa si no lo hacés”. Como si no existieran otros factores que afecten, como el económico, laboral, familiar, personal, social y hasta político.

No estamos acostumbradxs a ver en internet o televisión cuerpos gordos, personas no binarias, o cualquier identidad que se mueva un centímetro de la regla. Porque si no se ve, no existe, y por esa razón internet juega un rol tan fundamental en esta época. Es urgente y necesario construir una comunicación más inclusiva y que se replantee los consumos a los que estamos expuestxs a consumir y generar. Tenemos que darnos la posibilidad de ser más justas con nosotras mismas y más empáticas con la otra, permitirnos soñar un poco más ambiciosamente que ser flacas o tener el cutis perfecto. Somos y valemos mucho más que lo que nos quieren vender, pero para eso no necesitamos auto-amor, necesitamos empoderamiento político y ganar lugares de visibilidad.